
La Metáfora de la Pantalla del Ordenador
Misma situación, diferentes soluciones
La primera lección que nos brinda esta metáfora es algo tan sencillo como que dos personas pueden reaccionar de una forma diametralmente opuesta aún cuando se les presenta una situación completamente idéntica. Parece algo obvio, pero en ocasiones nos dejamos llevar por la creencia errónea de que “somos así” y que actuamos en consecuencia, muchas veces de un modo que nos hace daño, porque no podemos cambiar nuestra “forma de ser”. Tratamos de justificar nuestro comportamiento continuamente (ej. “yo lo intento controlar pero no puedo”, “soy así y siempre he sido así”, “me sale solo”, “no puedo parar esos pensamientos”…).
Pensamientos automáticos negativos
Los mensajes que aparecen en la pantalla del ordenador son una analogía de los miles de pensamientos que visitan incesantemente nuestra cabeza sin previo aviso. No se les necesita ni tampoco se les espera, pero se pasean por nuestra casa importándoles bien poco si nos interrumpen o no. Son un incordio, como los huéspedes sin invitación.
Estos pensamientos son fruto de todas nuestras vivencias y experiencias pasadas. Muchas veces nos ayudan, pero en este caso concreto nos distraen y nos alejan de alcanzar la meta o el objetivo que nos hemos marcado.
No olvidemos que somos una fábrica de pensamientos y que muchos de esos productos mentales tienen vida propia. Son automáticos, les gusta desafiarnos y nos ponen a prueba continuamente. Vienen y van de forma natural, como las olas en el mar. Se presentan como afirmaciones reales, en muchos casos de forma categórica, por lo que tendemos a tomarlos como verdaderos aunque no tengamos pruebas suficientes que los confirmen. Al otorgarles este grado de certeza, casi absoluto, nos cuesta horrores distanciarnos de ellos.
Asaltan nuestra cabeza con tanta fuerza que les ofrecemos un papel protagonista en nuestra vida y les permitimos, inconscientemente, que determinen nuestra conducta. Consumen muchos recursos y terminan por agotarnos. Es en este punto cuando intentamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para controlarlos, pero cuando intentamos luchar contra ellos es cuando definitivamente perdemos la batalla. Su poder sólo existe cuando les hacemos caso, cuando caemos en su trampa y les prestamos la atención que necesitan para hacerse cada vez más grandes. Ahí es cuando nos atrapan. Es entonces cuando nos hacen sufrir y nos producen un intenso y un profundo malestar.
Me identifico con Luisa
Quizás alguien que esté leyendo esto se identifica más con Luisa que con Mónica. Le doy mi más sincera enhorabuena porque posee la codiciada capacidad de seguir dando pasos en el camino a pesar de que en algún momento puedan amenazarle baches, obstáculos o dificultades que le empujen irremediablemente a vencerlos, abandonando así temporal o indefinidamente su viaje.
Luisa es capaz de seguir caminando hacia su objetivo aunque tenga piedras en el zapato o aunque el camino se cubra de niebla.
Me identifico con Mónica
Pero quizás te identifiques más con el sufrimiento de Mónica y no seas plenamente consciente de lo que te está pasando. Mónica sigue el curso natural de la lógica bélica. Piensa: “cuanto más luche contra esos pensamientos negativos tan molestos, más cerca estaré de vencerlos a todos y de lograr mi victoria. Sólo así encontraré la paz”. Precisamente este afán por tratar de eliminar algo que no se puede eliminar es lo que atrapa a Mónica en una red invisible, pero tremendamente pegajosa. Ella vuelca todos sus recursos personales en ganar una batalla que es imposible de vencer por definición. Intenta silenciar su mente con mucha más pena que gloria.
Con este comportamiento circular a la par que ineficaz, deja a un lado todas sus obligaciones, sus tareas, sus deseos, sus proyectos y, en definitiva, su vida. Además acaba exhausta y se siente culpable por no ser capaz de lograrlo. En este caso, la solución de Mónica es su verdadero problema. El intento de evitación de esos pensamientos se convierte en la principal fuente de su sufrimiento.